Tras la lectura de El
sembrador de sueños por parte de
algunos psicólogos y médicos, me invitaron a participar en charlas, coloquios y reuniones. Tal vez sea
éste uno de los motivos por el que ha sido considerada como una novela
terapéutica. Tal vez, porque la protagonista es portadora de una enfermedad
crónica y degenerativa que da un giro radical a su vida, con la que muchas personas
con problemas severos de salud o invalidez se sentían identificadas.
Fuese el motivo que fuese, me
permitió entrar en contacto con diversas asociaciones de enfermos crónicos o
con algún tipo de discapacidad, como por ejemplo ALDE (Asociación de Lucha
contra la Distonía en España), FANDIF (Federación
de Asociaciones Murcianas de Personas con Discapacidad Física y/u Orgánica), AMDEM
(Asociación Murciana de Esclerosis Múltiple), ONCE, TELÉFONO DE LA ESPERAZA…,
así como con grupos de terapia compuestos por personas con problemas
emocionales.
Al principio tenía cierta
reticencia. No sabía si estaría a la altura que esperaban de mí aquellos
médicos y sicólogos, pero el acercamiento a enfermos como yo hizo que todo
fluyera de manera sorprendente para mí y para ellos, llegando a sentirse
sumamente identificados con Adela y conmigo.
Lo cierto es que unos y otros
contribuyeron a que viviera una de las experiencias más gratificantes de
cuantas me ha aportado la novela, porque creo que recibí más de lo que di.
Era muy alentador escucharles
decir que, tras la lectura de El
sembrador de sueños, se animaban a llevar a cabo cosas que antes no se
atrevían porque creían que iban a ser incapaces. Asimismo me mostraban su
agradecimiento por no darles pautas ni falsas esperanzas como se habían
encontrado, tantas veces, en los libros de autoayuda, diferenciando claramente
mi novela de éstos. Y es que yo no soy quién para recomendar o aconsejar nada.
Lo único que quise hacer con la novela y lo único que pretendía en esos
encuentros era compartir mi experiencia. Decirles que lo único que a mí me
había ayudado era intentar tener pensamientos positivos todos los días y buscar
cosas con las que pudiera ilusionarme y encontrar un aliciente para levantarme
al día siguiente. Buscar fórmulas que me ayudasen a permutar cosas que ya no
podía hacer por otras que sí podía. Transmitirles la importancia que tienen los
familiares y amigos, fundamentales también en esa tarea. A veces uno solo no
puede y pedir ayuda no es de débiles, sino de sentido común. Entre otras cosas
porque, aunque trabajes mucho el positivismo, los enfermos crónicos tenemos
días de todo y en ocasiones no vemos esa luz en el horizonte. Entonces
necesitamos a alguien que nos diga que sigue ahí, que tal vez hoy la veamos
difusa o no la veamos, pero que mañana lo haremos. Y siempre hay alguien. Nadie está
completamente solo, aunque así lo creamos.
Una pregunta que me han realizado
en multitud de ocasiones es la de por qué una enfermedad innominada. La
respuesta es muy sencilla, porque lo realmente importante no es la enfermedad
en sí, sino el cómo afrontar una situación difícil alargada en el tiempo sin
remedio.
Para terminar, os diré que lo que
más me ha llamado la atención de los comentarios de los lectores en general es
que se hayan dirigido y se dirijan aún a darme las gracias un número mayor de
personas sanas que enfermas o con graves problemas personales. Dicen sentirse
alertados, porque se han dado cuenta que nadie está libre de sufrir en algún
momento cualquier infortunio y que, tras la lectura de El sembrador de sueños, han aprendido a valorar más lo que tienen,
a disfrutarlo y a compartirlo.
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